La de la lucha por la justicia y la búsqueda del cambio social es una historia cargada de capítulos de resistencia. Entre todos ellos, hoy queremos recordar el del Centro Social Minuesa, que una vez estuvo ubicado en la Ronda de Toledo, en el madrileño barrio de Lavapiés.
A mediados de los años 80 se encontraba aún en ese edificio (un solar de 2.400 metros cuadrados) la imprenta Hijos de E. Minuesa, un proyecto fundado a finales del siglo XIX, con 140 años de historia a sus espaldas durante los cuales se imprimieron ejemplares para diversas casas editoriales, universidades y entidades públicas. La especulación urbana y una previsible decisión empresarial dejaron sin trabajo a lxs 99 trabajadorxs de la empresa, que resistieron hasta el final con un encierro en el interior de las instalaciones. Se sumó al encierro la Asamblea de Okupas de Madrid, que comenzó a okupar los pisos superiores del inmueble. Tras el cierre definitivo de la imprenta, se okupa la totalidad de la parcela, dando así lugar a lo que durante años se conoció como la «república de Lavapiés», un espacio okupado y autogestionado en el que se daban cita diariamente diversas asociaciones de estudiantes, integrantes de los movimientos antimilitaristas, okupas, antirracistas, feministas o ecologistas, entre otros. Contaba con uno comedor popular, huerta urbana, talleres de diversas temáticas, conciertos y eventos culturales o clases de lenguas diversas, y servía como punto de encuentro y coordinación para colectivos y activistas implicadxs en luchas varias.
En el año 1993, el edificio contiguo se convirtió en una comisaría de policía. Fue el principio de una temporada de problemas constantes (en un intento de criminalizar al movimiento okupa), que culminó con el desalojo del centro, con la detención de 22 activistas y con varixs heridxs, en mayo de 1994.
Fue un golpe para el movimiento okupa madrileño, para los colectivos y agentes sociales, y para los cientos de personas que diariamente formaban parte del entorno del Centro Social Minuesa. Pero también fue una prueba más del valor del colectivo, del enorme potencial de cambio que tienen la acción conjunta y la organización comunitaria, y de la importancia del tejido social. Fue, en definitiva, una prueba más de resistencia.
Imagen de Pedro Carrero.