Poco queda ya por decir sobre la cuarta propuesta de esta serie de 13 Distopías que se estudiarán en los libros de historia, un clásico entre los clásicos del género distópico. Se trata de una obra que gira alrededor de una idea mantenida por muchas autoridades a lo largo de la historia: que los libros son peligrosos pues, como herramienta que permite ampliar la conciencia crítica, pueden motivar el pensamiento libre, y con él, el desacuerdo y la oposición. El título es de sobra conocido: Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.
El título de la novela, como es bien sabido, hace referencia a la temperatura a la que arde el papel (451 grados Fahrenheit, equivalentes a aproximadamente 232 grados Celsius). Fahrenheit 451 narra la historia de Guy Montag, un bombero especializado en la quema de libros en el que, un día, comienza a emerger una cierta duda sobre la naturaleza de su trabajo, los efectos que tiene en su propia felicidad y las repercusiones éticas del mismo. En un contexto en el que los libros están prohibidos por el propio gobierno, Montag, después de una profunda reflexión, decide unirse a un grupo de resistentes que trabaja para mantener vivo el contenido de los textos destruidos, mediante la memorización y la posterior transmisión oral de los mismos (convirtiéndose, así, en “libros humanos”).
Fahrenheit 451 no es la única obra literaria en la que se da cuenta del profundo miedo que la cultura en general (y los libros en particular) despiertan en los regímenes autoritarios. Sin embargo, la institucionalización del odio al libro que Bradbury relata a través de la creación de un cuerpo de bomberxs especializado en la quema de ejemplares es uno de los elementos destacables que identifica esta obra como ficción distópica.
Ray Bradbury (1920-2012) comenzó a escribir siendo muy joven. De formación autodidacta, a lo largo de su dilatada y productiva carrera escribió novelas, cuentos, relatos, poesía, guiones cinematográficos e incluso obras de no ficción. Si bien sus escritos responden a temáticas diversas, la obra de Bradbury está siempre cubierta por una misma pátina que la dota de cierta coherencia: la de la angustia, de carácter tanto social como metafísico, que el autor asociaba al signo de sus tiempos. Unos tiempos que, para Bradbury, se caracterizaban por el individualismo extremo; por la pérdida de contacto con la tradición (en el sentido más cultural del término); y por la hiperautomatización. La sociedad distópica creada en Fahrenheit 451, en la que el acervo cultural desaparece y el libro es el enemigo reconocido, es el mejor reflejo de los miedos del autor.
El antecedente histórico más obvio de la obra de Bradbury en lo tocante a la quema de libros es el de la Alemania nazi, bajo las órdenes del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Estas quemas tuvieron lugar, especialmente, a lo largo del año 1933. Durante varios meses, millares de libros de autorxs consideradxs “peligrosxs” (marxistas, anarquistas, judíxs, pacifistas, o simplemente contrarixs al régimen) fueron incinerados en las plazas públicas, con el beneplácito (y en ocasiones, la colaboración) de parte de la ciudadanía, dejando para la posteridad imágenes devastadoras que registraron estos actos de genocidio cultural.
Así pues, las quemas masivas de libros (y otros ataques al campo editorial y a la producción literaria) son una de las herramientas más empleadas por los sistemas totalitarios, los regímenes represivos, los movimientos antidemocráticos y el fanatismo ideológico en general. Desde la quema de textos académicos puesta en marcha por el rey Qin Shi Huang en la China del siglo 3 a.C. hasta las quemas realizadas por el Estado Islámico casi en nuestros días, pasando por la quema de Bib-Rambla en Granada por parte del Cardenal Cisneros, las puestas en marcha por el franquismo durante la Guerra Civil española, o las que siguieron al golpe de estado de Pinochet en Chile o a la Revolución del 43 en Argentina. Todos estos terribles capítulos de nuestra historia dan cuenta de hasta qué punto el libro es un instrumento de formación, toma de conciencia y activación (por lo tanto, de liberación) para quien lo lee. Y es por eso que los totalitarismos ven en él a uno de sus mayores enemigos.
Imagen de Matt Owen.