La obra seleccionada para esta nueva entrega de la serie 13 Distopías que se estudiarán en los libros de historia es, además de una de las más reconocidas novelas del género distópico (y como tal, una joya de la literatura contemporánea), un concienzudo estudio sobre la naturaleza de los totalitarismos. Un texto que, como tantos de los propuestos en esta serie, está hoy tan alineado con la realidad actual que casi resulta profético: 1984, de George Orwell.
1984 sitúa al/a la lector/a en un contexto político en el que el control parece ser el objetivo absoluto. El control de la historia corresponde al Ministerio de la Verdad, uno de los órganos (junto al Ministerio de la Paz, el del Amor y el de la Abundancia) encargados de mantener la orden y garantizar la fidelidad de la ciudadanía al Partido Único, encabezado por el omnipresente Gran Hermano que todo lo vigila. En este ministerio trabaja Winston Smith, protagonista de la obra. El cometido de Smith es “retocar la historia” por medio de la manipulación de la documentación archivada, para conseguir que todo acontecimiento cuente con registros que evidencien la coherencia de la historia pasada con el relato actual del gobierno. Tras años de manipulaciones, Smith entiende su papel dentro del Partido Único. Consciente de su aportación a la maquinaria totalitarista del partido, Smith pasa a formar parte de la resistencia, algo harto difícil en una sociedad en la que la disidencia es fácilmente identificable por el gobierno debido al complejo sistema de control establecido.
El caso de Orwell es uno de esos en los que las experiencias de un/a autor/a (desde el mismo nacimiento) tienen un impacto crucial en el desarrollo de su obra literaria. Eric Arthur Blair (nombre real del autor) nació en la llamada India Británica (el territorio compuesto actualmente por Birmania, Bangladesh, Pakistán y la propia India, y perteneciente en aquel momento a la corona británica) en 1903. Siendo muy joven se instaló con su familia en la metrópoli, y comenzó su formación en algunos de los más prestigiosos centros educativos del país. Sin posibilidad de realizar estudios universitarios por motivos económicos, terminada la enseñanza obligatoria decidió unirse a la Policía Imperial India en Birmania, puesto que mantuvo durante 5 años. Fue tiempo de sobra para que el autor descubriera los horrores del imperialismo, abandonase el cuerpo y decidiera volver a Inglaterra. Esta nefasta (aunque clarificadora) experiencia tuvo traducción en la obra Los días de Birmania. Ya de vuelta, en el contexto previo a la Gran Depresión (y durante los años siguientes), Orwell conoció en primera persona las penurias causadas por la pobreza y desarrolló una clara conciencia de clase. Tras vivir entre Londres y París durante varios años, saltando de trabajo precario en trabajo precario, y con problemas de salud, se vio obligado a volver a la casa de su familia. También esta experiencia, que lo despertó al socialismo, tuvo un reflejo literario en la obra Sin blanca en París y Londres. Fue su compromiso socialista el que lo llevó un par de años después a participar en la Guerra Civil española, engrosando las filas del bando republicano (en concreto, formó parte del Partido Obrero de Unificación Marxista, un grupo minoritario que no disfrutaba de las simpatías de la URSS). Su posicionamiento fue claro también en la Segunda Guerra Mundial, como integrante de la fuerza Home Guard, encargada de dar apoyo al Ejército Británico contra las tropas nazis. Una postura coherente con su firme oposición a los totalitarismos, tema central de algunas de sus obras más célebres y, en concreto, de la que aquí tratamos.
El referente más claro a la hora de buscar un paralelismo entre la sociedad imaginada por Orwell en 1949 (año de publicación del libro) y la realidad es sin duda el nazismo. Pero parece que otro de los capítulos de la historia que pudieron inspirar al autor a la hora de escribir 1984 fue un juicio aparentemente manipulado que tuvo lugar en la URSS en 1936, y que trajo como consecuencia el fusilamiento de una serie de integrantes del Partido Comunista de Stalin, acusadxs de participar en una supuesta conspiración trotskista internacional. Orwell identificó en ese episodio trágico algunos de los elementos definitorios del mismo totalitarismo del que hacía gala el nazismo (denuncias malintencionadas o interesadas, confesiones forzadas, eliminación de la disidencia, limitaciones a la libertad de expresión y acción, o reescritura de los acontecimientos para adaptarlos a los intereses del régimen, entre otros), así como el ideario franquista que él mismo había combatido durante su estadía en España.
Sin embargo, si bien los acontecimientos relatados en 1984 cuentan con numerosos referentes reales previos a su escritura, es haciendo una relectura en clave actual cuando encontramos el potencial casi profético de la obra. 1984 profundiza ya en la idea de una sociedad controlada por medio de mecanismos de adhesión obligatoria (en el caso de la novela, por mandato político; en la actualidad, por una suerte de presión social que deja fuera a quien opta por no sucumbir al poder de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales). Mecanismos que, además de adormilar a la ciudadanía mediante el entretenimiento, funcionan como captadores de datos que permiten la manipulación de lxs individuxs y, con ellxs, de las sociedades.
Imagen: autoría desconocida.